jueves, 29 de enero de 2009

Boody se fue


Llegaste por casualidad. El hijo de una compañera de trabajo te encontró en una cesta de mimbre, abandonado entre dos coches, en la acera. Con tres meses, entró en tu nueva casa un perro de raza, un mastín del pirineo. Tú sobraste y así, entraste en nuestras vidas.
Te recuerdo tranquilo y juguetón. Muy obediente. Pero, sobre todo, cariñoso. Reconociste inmediatamente a tu dueño. Daba igual que otro te sacara de paseo, te llevara la comida y el agua, jugara contigo. Tú sabías quién manejaba en casa la sartén. ¡Y qué bien olía esa sartén! ¡Cómo esperabas impaciente la hora de la comida si tu dueño había hecho cocido!
Por eso le esperaste. Sólo querías que te quitaran los dolores, que te dejaran dormir. Pero querías despedirte. Decirle adiós dejándote acariciar las patas, esas que ya no podías mover. Mirándote en sus pupilas. Y permitirle cerrar tus ojos.
Yo quiero esa muerte de perro.