sábado, 11 de octubre de 2008

Historia de la lectura


La lectura, como proceso intelectual silente e individual que hoy conocemos, no nació originariamente así. Alberto Manguel, recuerda en su Historia de la lectura, que durante la edad media, los monjes leían en voz alta y al unísono en los monasterios.
Tampoco la interpretación de la lectura era privada. Antes de san Agustín, un monje leía en voz alta y dictaba la glosa, por lo que se cerraba la puerta a la posibilidad de interpretación subjetiva.
Fue san Agustín quien introduce la lectura silente. Por este hecho lo tomaron por un endemoniado: ¿qué hacía moviendo los labios y siguiendo con los ojos las líneas escritas, sin emitir sonido? ¿Cómo era posible que después resumiera y explicara lo leído si no había leído?
La lectura se convierte así en un acto del diablo, subjetivo, aislante, intelectual, privado. ¿Es por ello que algunos jóvenes no son capaces de acceder a ella? ¿Por lo que tiene de privado, de silente, de intelectual o de demoníaco?

7 comentarios:

Dánae Rain dijo...

Yo estoy convencida que un poco demonia soy, y esto de leer en voz baja me lo confirma. Como siempre aprendiendo algo en tu ágora. Al principio creía que la de la foto eras tú. Besitos silentes

Mª Luisa Caride Vázquez dijo...

Gracias. Te referías a la foto de Marilyn ¿no?

Dánae Rain dijo...

Si, por supuesto. Pensé que era tuya de hace unos poquitos años

La pequeña Lo dijo...

Gracias por el comentario y por la imagen del mar. Soy del norte, de costa, y lo hecho de menos. Tuviste que irte muy lejos para escapar? Yo planeo una huida lejos de Madrid, para dejarla como ciudad de residencia y transformarla en lugar de fin de semana.

Yo tb quiero que me confundan con Marilyn!

Un saludo.

Duncan de Gross dijo...

jeje, anda que si nos hubieran quemado a S.Agustin... Me gusta tu blog, si señora, veo que compartes conmigo el gusto por la mitología griega, jajaja, danae rain es más biblica, jajaja, pero igual de interesante eh??, Un besote.

Anónimo dijo...

"Cuando él leía [Ambrosio, obispo de Milán], recorrían las páginas los ojos y el corazón profundizaba el sentido, pero la voz y la lengua descansaban. Muchas veces, estando nosotros presentes --porque a nadie se le prohibía la entrada, ni había costumbre de anunciarle al visitante--, le vimos leer así en silencio y jamás de otra manera. Y después de haber estado sentados largo rato sin decir nada --¿quién se hubiese atrevido a importunar a un hombre tan abstraído?-- nos retirábamos suponiendo que durante ses breve tiempo que podía encontrar para fortalecer su espíritu descansando del tumulto de los asuntos ajenos, no quería que se le distrajese. Tal vez se guardaba temiendo que un oyente, atento y cautivado ante un pasaje un tanto oscuro del autor que estaba leyendo, lo obligase a explicar o discutir algunas cuestiones más difíciles y que, por el tiempo empleado en ese menester no pudiese leer tantos volúmenes como quisiera. Aunque acaso también el cuidar su voz que se le enronquecía con mucha facilidad, pudiera ser el verdadero motivo de que leyese en silencio. Mas fuese cual fuese la intención con que lo hacía aquel varón, seguramente que era buena".

Tomado de: San Agustín, Confesiones, México, Porrúa, 1982 (traducción de Francisco Montes de Oca) (Libro VI, Cap. 3).

Mª Luisa Caride Vázquez dijo...

Gracias, pequeña Io. Me he alejado 440 Km de mi casa de la sierra madrileña. Ahora, como te conté, escucho el tranquilo mar meditarráneo (unas olas, pequeñas y cansadas, de vez en cuando).
Ah¡ y no me parezco tanto a Marilyn, es Danae, que me ve con buenos ojos...